viernes, 1 de mayo de 2009

Las últimas piedras de toque del proyecto neoliberal: El Plan Bolonia.

Si algo sabemos los ciudadanos sobre el Proceso de Bolonia es que no sabemos nada o casi nada. Los datos hablan, según el último informe del Instituto de Opinión Pública, el 48% de los españoles considera que la información pertinente ha sido mínima o nula. En esa montaña de nada llevamos años naufragando sin encontrar respuestas claras, aunque todo nos indica, por la dirección que marca la corriente neoliberal, que su destino final son las orillas del mercado. Cuando el río suena agua lleva.

La financiación supeditada a las empresas supone uno de los aspectos más farragosos del Plan Bolonia, aunque no se determine con claridad, las empresas serían los principales financieros, es decir, un paso decisivo hacia la mercantilización de la institución y la putrefacción como espacio crítico y público. La competencia del mercado llega a los sentidos de la Universidad. Pero, la cosa no queda ahí, sino que, como señala Carlos Fernández Liria, es muchísimo peor, porque supone un aspirador de impuestos del lánguido Estado del bienestar, ya que los investigadores y becarios no correrán como empleados sino por nuestra cuenta, es decir, las empresas tendrán personal investigador gratis. Otro expolio más a lo público.

Cuando las empresas pongan su dinero en la mesa, será para recoger siembra, el mercado nunca se ha caracterizado por el altruismo. Eso significa imponer su criterio en los contenidos de los planes docentes, modificar planes de estudio y condenar al olvido a aquellos conocimientos no-productivos. Atrás quedaran los estudios de desigualdades sociales, las enfermedades raras, y todo aquello que no sea competitivo y no se adapte a los perfiles requeridos por las empresas, porque el que pone los dineros, es el que manda, eso lo sabemos por experiencia.

En toda sociedad democrática cualquier proceso ha de ser discutido por todas las partes. Los estudiantes como interlocutores, hemos sido excluidos (y maltratados) de toda conversación, no importa nuestras opiniones, otros deciden por nosotros, lo que responde a una cultura que nos condena al más puro infantilismo. Nuestras consultas, es cierto que no se ajustan a vuestros requisitos de rigurosidad, pero no es menos cierto que en algunos ya celebrados ha participado un 20% y más del 90% se muestra contrario al Plan Bolonia. Participación que algunos no les dirá nada, aunque sea de las más altas de la democracia. Para ciertas cosas la democracia es solo un envoltorio.

La deriva de la universidad fábrica, será la de un centro que forme mano barata, donde se interiorice la flexibilidad como máxima, un lugar de diferencias marcadas entre los diseñados grados y los costosos postgrados. Una fábrica con sus horarios, sus plazos, sus clientes, que impulsará la (auto)exclusión de aquellos que no puedan permitirse acoplarse a estos requisitos. Lo otro, es decir, el fomento del espíritu crítico será algo secundario, o peor aún, algo sin importancia.

La Declaración de Bolonia se encuadra en la Estrategia de Lisboa cuyo horizonte es la Europa de los mercaderes, esa que no difieren los partidos principales de nuestro país, como en la generalidad de las cuestiones económicas. El modelo europeo no es más que un modelo de bajo coste, fundamentado en la precariedad social con mínimos estados de bienestar, siendo la educación una de las últimas piedras de toque para fraguar el proyecto neoliberal. Las orejas del lobo están al descubierto.


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